miércoles, 13 de noviembre de 2013

Te amo - me dijo.
Yo también - respondí rápidamente.
Pero no, no debí.

Ese no era un "Te amo" normal.
No de "buenas noches", ni de "buenos días" o "nos vemos después".

Te amo mucho, mucho, mucho- ... -Nunca es demasiado-.
Lloraba.

Ese no era un "Te amo" normal.

Me desvanecí junto a ella entre besos sufridos, miradas tristes, abrazos que te hacían sentir que te entregaban su más sentido pésame.
Por la ventana nos iluminaban apenas las luces del estadio. Cuando se apagaron nos hundimos en nuestra propia neblina.
Yo lloraba.
Le rogué que no me dejara solo, ya he muerto muchas veces al verla llorar. Tantas vidas se me han escapado entre esas lágrimas.

Me fui de esa habitación teñida en una triste escala de grises, ya muy tarde, debía volver a casa, el viento atravesaba mis huesos a esa hora. Caminé fumando un cigarro y la presión era cada vez menor, y así, se congelaron mis ojos por un momento.

Ah! Sí…

Como siempre, la velada terminó entre risas y varios “Hasta luego!”

Diamante Podrido

  La muerte camina como doncella esta noche, un diamante podrido con tacones altos.
Labios flameantes envuelven la sonrisa que detiene a los autos, esa sonrisa que cierra el trato. Con caminar seguro se acerca, echando humo a diestra y siniestra, el suertudo baja la ventanilla y sus manos ya están sudando, al ver el escote encerrando las suaves colinas de nieve el motor se apaga. Balbucea el suertudo al ver esos ojos, el diamante sonríe. Trato hecho. Vayámonos lejos de aquí, donde la conciencia no conozca las calles. Inyectamos cianuro a la verdad, y escapamos cerrando los ojos. Que sea rápido, debo contar un par de cuentos de cuna y discutir con mi eterna decisión, que yace junto a mí cada noche en la cama más fría y enorme en la que haya posado mi alma culpable. Falsa.

 Trágate el fuego – Eso te costará más – Ponle precio a mi vergüenza.

  Rasgando el diamante, manchándolo en sudor. Parece un perro rabioso con espuma en la boca. La muerte disfruta de sus propios encantos, hace pensar al suertudo que tiene el control, pues ese es su trabajo, pero no puede estar más equivocado; El diamante reina, se hace de otra conciencia, y la guarda consigo, Sucia, casi inconscientemente avergonzada.
Las colinas salivadas, la chimenea ultrajada. ¡La madre de la vida arde humeante!
Dejen que se vaya, dejen que disfrute, de todos modos, él es el que está pagando por entregar su culpa. Al terminar, las palabras se buscan a sí mismas, incómodas, pero a Ella no le importa, cumplió su parte del trato. Dame lo que me pertenece así puedo largarme de aquí.

  Las sombras recorren al diamante, no puede evitar, en su fineza, estar roto. Con cada trabajo siente en su interior una grieta, cada vez más grande, se abre paso entre sus cristales y le duele, ¡como duele el ardor de la pasión pasajera! Se hace dueña de lo que odia. Cada consciencia  ajena es un peso más sobre la suya. La noche es su hábitat, pero al mismo tiempo, esta la posee, se llena de gritos, luces, bocinas, que intentan escapar como sales cristalinas desde sus lagos, sus profundos y apagados lagos llenos de pesar.
  La pasión paga por una cama en donde hundirse. Se asfixia en sueños rotos, se odia, pero su alma nació con la pasión ardiéndole desde adentro, eso es lo que es, y como cada noche, cierra los ojos aceptándose, cierra los ojos y olvida por un momento, solo para encontrarse al día siguiente en el mismo lugar, y discutir de nuevo con sus cristales rotos.
Es un diamante podrido, es la muerte de la conciencia, cuando el fuego la recorre, su alma disfruta libre, siendo todo lo que pudo ser, pero cuando la pasión acaba, cuando el trabajo acaba, vuelve a convertirse en grietas, se hunde hacía su más mínima expresión. Es hija de la culpa. Diosa del fuego. Es todo lo que carga consigo, todo esto en pequeños cristales rotos que perdieron su brillo hace tantas noches como la verdad perdió su valor en las conciencias que recorren las calles nocturnas. La doncella es un carbón en bruto, y así se quema a sí misma, así se pudre.


Piedra Roja


Cuando el pueblo camina, él los espera durmiendo, soñando, alucinando colores ebrios, con los ojos hacia el cerebro, la barba manchada, la saliva escapa tibia de su boca que tiene el olor de otra noche perdida en las esquinas, buscando almas con dinero para un par de tragos más. Sus ropas como harapos apenas lo cubren del frío que trae la brisa marina, pero ya no importa, su cuerpo se ha convertido en una piedra roja, burbujeante en la locura del Vino, es solo un recipiente para un espíritu que pelea por no ahogarse en las aguas rojizas que cada vez suben más y más, no quiere el espíritu llegar a la cima, no quiere rebalsarse a la nada, y caer, caer desorientado, desesperado.
   El hambre con la que se duerme es la misma que lo despierta, afirmándose de piedras, postes, árboles, lo que sea que lo ayude, se levanta, sacude los harapos y comienza su camino.
 A la vuelta de la calle donde acostumbra dormir, vive una anciana que suele darle de comer, al llegar ahí nuevamente, lo esperaba con un poco de pan, jugo y alguna fruta o lo que encuentre en su humilde cocina. El cuerpo de piedra toma asiento en la acera y comienza a alimentarse de la gratitud de aquella mujer, ella lo mira y en su rostro se posa toda la bondad que puede recorrer estas calles, lo mira como si su amor lo hubiese engendrado, como si lo hubiese visto correr, caerse y levantarse una y otra vez, su corazón se llena del amor que nunca pudo otorgar. La piedra termina su merienda y se dirige hacia la anciana con gratitud, se observan por unos segundos; él ve en ella todo lo que le falta, todo lo que nunca tuvo, pero que aún así siente que perdió, ella toma sus manos cálidamente y lo bendice en nombre de su fe. Se le desquebraja el alma, pero su cuerpo carbonizado lo pide, lo necesita, y con su Todo hecho pedazos, la piedra, partida a la mitad, le pide unas monedas para seguir su camino, para volver al día siguiente, entonces, perdido, destrozado, toma rumbo hacia su locura, quiere ahogar al espíritu, pero este sigue luchando por nadar, cada brazada vacía un poco más el recipiente, pero cada sorbo es una pelea más por combatir, y así, eternamente, se ve a sí mismo el espíritu, luchando por reclamar la vida como suya, y rescatar al cuerpo petrificado, a la piedra roja.
  Hoy es solo gritos en cada esquina, cada día se encuentra profetizando su libertad en una lengua superior al entendimiento racional. Vive en oscuridad, en su esquina, en su aturdida sabiduría entiende cada aspecto de su existencia, cada saber del universo yace en su lengua remojada en locura, pero no lo escuchan, no lo toman en cuenta, porque las esquinas asustan, son impredecibles, y para él, la esquina es su escenario, es su momento, pero a esa hora nadie escucha, todos son oídos sordos, esperando a que el Sol los envíe a su lugar, a cumplir su día, y mientras ellos están ahí, queriendo pagar su vida, él los espera durmiendo, soñando, alucinando colores ebrios, con los ojos hacia el cerebro, porque ya gritó el saber de su alma, porque la posee, los gritos de los diurnos son muy débiles, pues su alma muere mientras intentan pagarla, el espíritu de la piedra roja quema, burbujeante en la esquina, esperando a que la suerte pase a saludar y le brinde un poco de locura, para que el recipiente se rebalse.



Encuentro

   Rara vez logro llegar a apreciar la belleza de la monotonía, ese día no pude, no encontraba nada fantástico en estar sentado en la plaza tocando guitarra solo, como todos los días, ni en el hecho de estar escribiendo palabras al aire, como todos los días, solo las aves lucían hermosas, hermosas y fugases, como el pestañeo en el cual las pierdo. Lo extraño era la sensación de inquietud en el aire, como si en cualquier momento me plantaban una bala en la frente. De pronto, Bum! El balazo. Levanto la vista y  sentí que me estaban acribillando en el lugar, no sabía quién era, y no me importaba, estaba hundiéndome en esos ojos pardos.
  Trataba de disimular el hecho de que estaba como imbécil mirándola, tocando guitarra suavemente, improvisando letras para ella en mi cabeza. No sé si era su pelo largo, su boca que me tentaba a pecar, sus manos finas, sus piernas largas, o el hecho de que no sabía siquiera de mi existencia, no sé que era, pero algo me ataba a ella, y me encantaba.
Pasaban los minutos y de pronto su teléfono comienza a sonar, la miro de reojo para analizar sus reacciones, una pequeña maña personal que acarreo a todas partes, se le notaba confundida en un principio, pero su rostro vacío durante los siguientes 3 minutos fue lo que me descolocó, trataba de defender una causa que hasta ella sabía que no tenía sentido, cierra los ojos en señal de que no hay nada más que hacer y guarda con decepción el ahora inútil aparato. Miraba hacia todas partes mientras yo esperaba que ocurriese una explosión nuclear tras de mí, para que así sus ojos me rodearan aunque sea. Pero de pronto, sin explicación ni nada, se me queda mirando fijamente, observa mi guitarra y sonríe…
Yo me desvanecí lentamente.
-          ¿Conoces alguna canción de amor? -Dijo ella
Yo quedé estúpido, tardé en responder
-          Depende, ¿para curar?, ¿para olvidar?
-          Para comenzar a creer- me contestó, como si no hubiera esperanza
-          Estoy en eso- respondí
Ella sonreía como si una maldita ironía le hubiese escupido en la cara.
Se me acercó y se sentó a mi lado
-          Todos necesitamos un día para escupirle al mundo- dije yo - Me parece que tu turno es hoy –
Tratando de hacerla quedarse un poco más para que su aroma a miel no se saliera de mi cabeza.
-          Sí, creo que tienes razón – Sonrío - ¿Has estado enamorado? –
-          No… – Mentira. - ¿y tú?
-          Creía que si –
-          ¿Creías? –
-          No te das cuenta si amas o no, hasta que todo termina y comienzas a entender que en realidad no sabes nada del amor.
-          La gente dice que sirve de enseñanza o algo así – comente yo -Por mi parte, no creo que el amor sea algo en lo que hay que creer, él tiene que creer en nosotros, pero seguimos defraudándolo –
-          Eso es interesante – analizó - ¿Alguna frase para definirlo?
Silencio.
-          El amor no apesta-contesté – es la gente la que se está pudriendo-.
Estuvimos así durante toda la tarde, las palabras simplemente volaban de aquí para allá. El hecho de que los focos del parque se encendieran, era señal de que la felicidad espontanea debía terminar. Nos pusimos de pie para despedirnos, direcciones totalmente opuestas me alejarían de ella. Solo necesitaba un detalle antes de irme, un regalo.
-          Disculpa mi falta de respeto – dije casi avergonzado – Nunca me presenté, me llamo Gabriel.
Ella sonrió suavemente y así envolvió mi regalo
-          Fue un gusto Gabriel, me llamo Sofía –
¡Listo! Podía marcharme con la esperanza de volver a verla. Sofía, hermoso, la amaría de cualquier forma que se llame, que me diga “Me llamo Brígida Atanasia del Rubilar” no afectaría mi paz. La amaría aunque no tuviese nombre…

Después de todo eso, me levanté para ir a trabajar, 06:34 am. Me vestí, me despedí de la Ale, que dormía al lado mío y me fui sin desayunar.
Quedé de juntarme con Sofía a la misma hora mañana, a eso de las 01:30 am, que es más o menos la hora en que me duermo.


No odio mi vida, odio no vivir en mis sueños.

No alimentes a los cuervos

La pradera es hermosa, árboles detrás, montañas aún más atrás, un horizonte eterno enfrente y un espejo de mi mismo tamaño a la derecha, lo miro con detenimiento; un hermoso marco con un moldeado hecho a mano pero ya gastado, como si el tiempo transcurriera solo sobre él, levita ahora frente a mí, pero no hay nada en él, solo una cristalina oscuridad. Me acerco lentamente y lo toco con un dedo, y de pronto escucho el aturdidor grito de una parvada, me acerco más y veo cientos de aves aleteando estrepitosamente, me hago hacia atrás y salen disparados desde el espejo más cuervos de los que puedo contar, son hermosos, oscuros como una noche que jamás vi, con penetrantes ojos rojos que me hipnotizan. Estoy parado, atónito, vuelan a mí alrededor, como si me conocieran desde siempre, no puedo explicar porqué, pero yo siento lo mismo. De repente todos cesan su vuelo y se posan a mi lado, tranquilos, caminando de aquí para allá, como haciendo vida social. Levanto la mirada y me quedo frente al espejo con los ojos abiertos de par en par, ya no está vacío, en vez de oscuridad, en vez de mi reflejo, parado ahí, ahí dentro, un anciano, doblado por la edad, cabello un poco largo y ya blanco, brazos atrás, de semblante triste, sus arrugas son rastros de batallas perdidas, bajo su barba también pintada entre gris y blanco, yacen sus labios resecos, lo puedo mirar directo a los ojos sin alzar ni agachar la cabeza, miro a esos ojos, que a pesar de todo permanecen brillantes, se siente que se esfuerza por mantenerlos abiertos, como si combatieran con algo en su interior, algo que no tiene que salir. No deja de mirar hacia abajo, como si hubiese hecho algo malo. Me atrevo a hablarle, le pregunto su nombre, alza sus ojos y me mira, no puedo entender porqué no puedo moverme. Le pregunto si se encuentra bien, mueve la mirada, ve a las aves a mi lado, las observa y me mira nuevamente, trae sus manos hacia adelante, están muy gastadas y heridas, se las ve como recordando años de dolor, lo observo callado, y de pronto, de lo profundo de su garganta escucho salir una lastimada y lúgubre voz que me dice, apenas sonando, “No alimentes a los cuervos”, solo eso, y calla. Miro a los cuervos, están allí como si nada, alguno que otro me mira casi extrañado. Veo al anciano nuevamente, entrelaza sus manos como si sintiese frío. - ¿Por qué no puedo alimentarlos?- le pregunté confundido, a la vez, uno de los cuervos se me acerca emitiendo cualquiera que sea el sonido que hace un cuervo, de todos modos era extraño, pero de alguna manera lo entendía. Comencé a sentir un poco de hambre, no recuerdo la última vez que comí algo, miro hacia los árboles y bajo uno de ellos veo una manzana, camino hacia ella obviando al anciano y las aves, al tomarla, veo que ya está avejentada, el mismo cuervo se me acerca nuevamente y me queda mirando, sin dudarlo se la ofrezco, este la devora rápidamente, casi antes de que yo la suelte, al terminar se queda congelado por un segundo, y de pronto comienza a aletear fuertemente, y sale volando por sobre los demás, dando círculo tras círculo sobre el lugar donde me encontraba junto a mis extraños acompañantes, de la nada, todos los cuervos se alborotan y entre gritos y sacudidas se echan a volar junto a su compañero, el sonido es ensordecedor, intento calmarlo tapando mis oídos, pero es inútil, no entiendo nada de lo que está pasando, me acerco rápidamente al anciano en busca de una respuesta. Desesperado. -¡¿Qué está pasando?!- Vuelve a poner sus manos atrás pacientemente en medio de todo este caos. Vuelvo preguntar - ¿Puede decirme que es lo que pasa? ¡Por favor!  Por primera vez lo veo sonreír, aunque apenas, y con un toque de sarcasmo y aún muy calmado me contesta  – Viví mi vida acrecentando mi dolor con dolor, mi rabia con más rabia, y ahora estoy aquí, suplicando salir de este reflejo de mi vida, encerrado con mis aflicciones que revolotean a mi alrededor, recordándome cada error cometido, cada paso mal dado, cada lagrima creada en un rostro ajeno. Alimenté mis penurias como a mi vida, y ahora, me veo nuevamente, calcando mis errores. Encontraste tu reflejo y no supiste ver, ni menos escuchar, ya estás carcomido por tu propio dolor, ahora te dejo, llegarás a este reflejo y podrás arrepentirte en algún momento, encerrado en este espejo viéndote caer en el caos de los cuervos de tu mente-.
Al terminar de hablar, el anciano desaparece completamente en la penumbra de ese espejo sin fondo ni retorno. Me quedó como estatua frente a él, inerte, mi cuerpo no me responde, trato de hacer algo, gritar, correr, pestañear, huir de alguna manera de este lugar, estoy esforzándome en estos inútiles intentos cuando los cuervos bajan del aire rápidamente, y antes de siquiera darme cuenta comienzan a abalanzarse contra mí, picotean, rasgan, arañan y dejan sangrar mi vida frente a mí, puedo verlos devorarme sin sentir nada, no siento mi cuerpo, no siento ese dolor, pero comienzo a llorar y de nuevo puedo gritar, atormentado por estas aves de carroña que me devoran cual festín, de un momento a otro pestañeo, entonces puedo ver a los cuervos tragarse los restos de algo que yace en el suelo, ese hermoso suelo lleno de un pasto verde teñido ahora de rojo, rodeado de grandes árboles y montañas por doquier, es hermoso. Cuando me percaté de mi encierro, de mi eternidad, pude sentir el sabor de aquella manzana podrida que fue y será el único alimento en mi vida, en mi reflejo. Cuando las aves dejan de comer, se abalanzan contra el espejo y antes de sentirlas otra vez, desaparezco en la cristalina oscuridad.